ASESINATOS EN EL BOSQUE

14.07.2014 14:57

El silencio reconfortante al interior de la comisaria se vio abruptamente interrumpido por un golpe fuerte en la puerta de entrada al establecimiento, un golpe invasivo que despertó al oficial de turno, el cual reposaba serenamente en la silla del cuarto de recepción con los pies llenos de fango sobre el escritorio y una revista erótica del siglo pasado sobre su cara.


Unos gritos con carácter de comunicación pero incomprensibles, dibujaban el horror impaciente del que se encontraba al otro lado de la puerta grande de madera, dando como resultado el salto de la silla y el correr del oficial Felipe hacia la entrada. Presuroso en su andar abrió la puerta cuidadosamente para conocer sereno quien era el atormentado visitante.


Al abrir se encontró, con un rostro manchado por el maquillaje negro, escurrido por la lluvia, las lagrimas y el manoseo contante de las manos, debajo de toda esa pintura bastamente esparcida se encontraba acuartelada la vieja ermitaña como todos la conocían o doña Flor como era más prudente llamarla con su presencia de frente.


-¿Qué ocurre mi señora? Pregunto el oficial Felipe, disimulando el pánico que le producía el maquillaje de la señora en su abrupto despertar.
-¡mi hijo a desaparecido!, en la tarde salió a pasear con el perro, son las nueve de la noche y no ha llegado a casa-, entre llantos y alaridos contesto presurosa la señora de la máscara en el rostro.
-probablemente su hijo se encuentra en la casa de un amigo, ignorante de la incertidumbre que posee a su madre en estos momentos- argumentò el comisario, con el fin de mostrar posibilidades al no retorno del joven.

- ¡No! Es imposible, en el bosque no conocemos a nadie, nadie existe cercano a nosotros, convivimos con lobos y otras bestias salvajes que no pretenden dar su existencia para la compañía amistosa de los otros que viven allí-, sustentò molesta doña Flor ante el desconocimiento del comisario sobre los bosques de aquella zona.


- Doña Flor. Llamare a cuatro compañeros de labor y alistare los equipos de búsqueda, para iniciar el encuentro con su hijo- gritaba Felipe  mientras se adentraba en la comisaria en búsqueda del radio teléfono.

-manténgame informada de los avances y percances, se lo ruego-, solicitò con una voz entrecortada la señora Flor, mientras desaparecía bajo la tenue lluvia que se asemejaba a la caída de un telón al finalizar una modesta obra de jardín.
Allí estaban los cuatro hombres parados en una colina que daba la bienvenida al tenebroso bosque, adornado de matices oscuros y sonidos desconocidos que lograrían despelucar e inquietar al hombre más lampiño y sin emociones nacido en cualquier tierra cercana o lejana a esta.


Adornados con sus equipos de búsqueda los cuales no eran más que una linterna pegada con una cinta sobre un casco de obrero. Cada uno llevaba el retrato del joven y la idea del perro en sus bolsillos, un frio tenue se enroscaba por sus piernas y subía hasta su cabeza haciendo mella en la parte trasera de sus cuellos y un miedo penetrante que se ocultaba eficazmente en la oscuridad, ocultándolo orgullosamente de sus compañeros. Los cuatro en conclusión temblaban de frio y de miedo.


De izquierda a derecha estaban. Diego. Un joven de 23 años recién llegado al pueblo (4 días), alto de cabello claro, ojos oscuros y un pasado desconocido para todo el mundo, debido a que nunca respondía  las preguntas que tuviesen que resaltar o describir su biografía.
Le seguía Hernán. Un hombre huraño por su pasado de guerra y su presente de insomnios y recuerdos bélicos (había llegado a su labor hace cuatro meses), Mediano, de cabello y ojos oscuros y un mirar penetrante que hacia desviar la mirada a los otros tres, cuando esté se paraba fijo sobre sus existencias.


El siguiente era Felipe (desempeñaba su labor has 3 años). Un hombre moreno de cabellos cortos y ojos saltones, melancólico en su pensar y el mas ensimismado de los cuatro, con un pasado humedecido por el fracaso. Hombre académico que nunca encontró el puesto indicado para sus requerimientos, por lo que le toco falsificar papeles, vestirse de policía y huir desenfrenadamente a un pueblo repleto de analfabetos y necesitado de un lambiscón que solucionara sus estúpidos problemas.


El último era Nicolás (policía hace 1 año), de pelo rizado y ojos oscuros, un hombre abatido por las enfermedades y los rastros de su vida tras las botellas de alcohol. El más alegre de los cuatro, con un pasado lleno de triunfos se retiro agotado, huyendo de estudiantes, publicaciones y otras demandas  de la sociedad en busca de un prototipo; El cual él no era.  Su trabajo ahora le encantaba, pasear por el pueblo, mofarse de su placa y acompañar a las sensuales viudas a sus casas, en busca de un café, un vino y una piernas abiertas deseosas de un semental policial, como fetiche codiciado en sus largos años de sequia sexual.


Felipe con voz tenue, ordenò a sus tres compañeros que se dispersaran por el bosque y tuviesen el punto de partida como punto de encuentro, llegada o lo que fuera, que cualquier cosa que pasara o si encontraban al pequeño errante, lo comunicaran por el radio para volver presurosos y dar fin a tan deprimente misión. Los tres hombres asintieron con el subir y bajar de la linterna en sus cabezas.

Diego se fue por la derecha rodeando las montañas, Hernán se fue por el centro del bosque, Felipe se quedo observando los caminos que iniciaban sus compañeros y Nicolás descendió por la izquierda con el mismo objetivo de Diego.


Diego maldecía y refunfuñaba la maldita hora en la que decidió adentrarse en el bosque, entre patadas a las piedras y puños al viento caminaba observando el modesto círculo que le obsequiaba  la linterna sobre su casco. De repente sintió que se quebró una rama en el piso y asustado pregunto -¿quien anda ahí?- a los que el silencio respondió con un aire que se estrello en su cara, haciéndolo cerrar sus ojos. Sintió una mano que se poso sobre su hombro y aterrorizado emprendió una carrera gritando y tropezándose torpemente con las raíces y piedras que se asomaban asustadas a ver quien gritaba y corría sobre ellos.


Sentía unos pasos a sus espaldas que retumbaban y se adherían al miedo desagradable que daba como resultado un sabor a cobre en su boca, de un momento a otro tropezó con una raíz curiosa, la cual lo lanzo bruscamente contra un tronco, su cabeza choco tan fuerte con la madera que un chasquido lanzo un chorro de sangre sobre la tierra. Aturdido miraba por el interior de la luz intermitente que generaba la lámpara, pero solo podía divisar una sombra que lo miraba tranquilo y que tenía algo largo en su brazo.  La sombra levanto el objeto como quien alza un trofeo y diego desenvaino su arma con gran agilidad, disparando hacia la sombra, el disparo atravesó la sombra y la sombra atravesó el objeto sobre el rostro de diego…


Un alarido desgarrador advirtió a Hernán a unos 200 metros de distancia donde probablemente yacía sin vida el cuerpo desmembrado de Diego. Sacò el arma de su correa y se lanzo corriendo por entre los árboles en busca del dueño de esas vociferaciones. Al tiempo que corría unos pasos se repetían a sus espaldas, cuando paraba y giraba esos pasos se escondían en el ramaje de algunos  pinos, siguió su andar, el cual era acompañado de un jadeo intermitente y la luz de la linterna que se movía también asustada arriba de su cabeza.  


Cuando llego al punto donde probablemente nacían aquellos gritos. Se encontró con la más horrible imagen que su cabeza llena de recuerdos sobre muertos en batalla y amigos desangrados en el campo no daban cabida para esto que veía, el cuerpo de Diego o los restos que quedaban de él, permanecían crucificados en un árbol, goteando agua y sangre y alumbrados por el casco que yacía puesto en los pies del árbol, con el fin de que quien lo hubiese o quienes lo hubiesen colgado, quisieran que el que lo encontrara se perturbara de por vida con aquella imagen escandalosa.


Algo se movió por entre las ramas y Hernán aterrorizado cargò su arma y empezó a disparar sin destino, dando ráfagas de plomo sin dirección. Un cuerpo callo agonizante sobre el fango y quejándose gritaba auxilio, al acercarse se dio cuenta que era el hijo de doña flor, el cual lleno de sangre se reía de una forma maniaca. Hernán sin mediar palabra ni pensamiento estaba seguro de que aquel agonizante, era el que le había dado tan sadica muerte a su compañero, apuntò su arma contra la cabeza del joven y activò el mecanismo produciendo…


Un ruido alertò a Nicolás que se encontraba al interior de las piernas de doña Flor, esté se paro semidesnudo y corrió a la ventana intentando ver el sonido del arma convertido en alguna explicación creíble, para lo que lo había sacado de su lujurioso estado. Un sonido fuerte en la puerta de entrada los vistió en un segundo; Nicolás tomo su arma y bajo lentamente por las escaleras de madera, vencidas por la humedad, todo estaba oscuro y se le había olvidado su equipo de búsqueda, todo lo que podía sentir eran unos pasos lentos que rodeaban el interior de la casa.


Doña Flor se había quedado oculta debajo de las cobijas, en cuanto sonó el golpeteo en la puerta de entrada, Nicolás detrás de la viga que separaba el corredor de la entrada con la sala, esperaba un sonido cercano para poder disparar su arma, mientras observa unos charcos de sangre en el suelo que resaltaban sobre las baldosas blancas de la casa.


Una sombra apareció en frente de Hernán, el cual estaba inspeccionando la casa en busca de un sonido que se reproducía en la habitación de la dueña de casa. Al ver la silueta detrás de una viga disparo…
Una sombra apareció en frente de Nicolás, el cual estaba a la espera del misterioso visitante lleno de sangre en sus pies, cuando la sombra se sobrepuso en frente de sus ojos, disparò en repetidas ocasiones…

Los dos cuerpos cayeron en el suelo, dejando un charco de sangre, el cual se unía solo con el fin de desembocar en un mar rojo. Nicolás yacía muerto con un disparo en la frente, Hernán arrodillado, permanecía inmóvil con los ojos perdidos y doña Flor bajaba por las escaleras corriendo con un hacha en la mano, con el fin de depositarla en la mitad del cráneo del asesino de su amante nocturno. Hernán giro su rostro hacia el animal que lo embestiría y presuroso descargo el arma en el rostro de la señora Flor.

En el piso de la casa yacían tres cuerpos que se unían como  fuente de un lago denso de sangre…
Felipe, asustado y presuroso, tomò los tres cuerpos, los sacò de su casa y los enterró en una fosa que había hecho un día antes, tomò los restos desmembrados de Diego y se los dio a los lobos que esperaban impacientes por la carroña colgada en el árbol. Del otro joven no se preocupo, pues ya solo quedaba un poco de carne introducida entre los zapatos, tomò la ropa y la tiró en el mismo hueco donde había lanzado a los tres cuerpos.


Cortó las flores del jardín, barriò la entrada y embelleció con adornos plásticos el interior de la casa. Salió a la puerta y de su patrulla saco un letrero que decía “se vende”,  lo incrusto sobre la fosa de los tres desdichados. Se marcho a la comisaria…

Llegò a la comisaria e hizo 5 carteles, cuatro que decían “se busca” y uno que decía, "se necesitan policías comunitarios”.


Se sentó en la silla colocando sus pies llenos de fango sobre el escritorio, tomó una revista erótica y la contemplo junto a su perro que yacía recostado junto a él.


Un golpe alertò la puerta en la entrada, eran tres jóvenes que buscaban trabajo…

 


DANIEL FELIPE AVILA BARRETO
1019043085
14/07/2014

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