EL ACOMPAÑANTE

01.07.2014 16:04

Eran las 11:10 cuando el bus los arribo a su última parada. Escupió a dos hombres, que para finalizar su travesía tenían que atravesar un sendero de más o menos veinte kilómetros, demarcados en ambos costados por un sin fin de árboles que bramaban como consecuencia de la danza ensordecedora entre el viento y su ramaje, el cual arrancaba las hojas de sus ya fallecidas ramas y estos cadáveres volaban y  desaparecían en la imperceptible oscuridad.

En la lúgubre noche, la oscuridad era el tercer acompañante de estos dos hombres y se situaba justo en el medio: Uno llevaba  a cuestas la primera máquina de escribir, que cambiaria desde esa noche, las letras difuminadas por el carboncillo en las hojas y las reemplazaría por letras legibles y entendibles para las 10 personas alfabetas del pueblo, el otro llevaba  consigo, un atado de panecillos como obsequio modesto a sus familiares impacientes por su llegada, y el tercero como ultimo llevaba a cada lado de su efímera existencia, un hombre aterrorizado por la oscuridad de la noche y el deseo insaciable de calmar el silencio  de sus dos acompañantes con el suave repicar de sus pasos.

Al inicio del agónico peregrinaje de estos dos hombres, teniendo como objetivo final, el encuentro con el monumento de la Virgen del Carmen y su Santo Hijo, el cual anuncia el fin de los 20 kilómetros,  la llegada al pueblo de los contados viajeros y el Santo fin del eterno caminar por un sendero Pedroso y un paisaje de noche, fácilmente descriptible por un invidente. En los primeros 200 metros, uno de los hombres advirtió a su compañero, que para que el trayecto fuera más corto, tenían que entablar un tema de conversación o al menos corear una canción de conocimiento popular y la elección fue la segundo alternativa. Acompañados por una botella de vino de palma, (comprada en una de las tantas paradas del bus, esas que se hacen para que la gente entre al baño, coma y compre cachivaches como regalo oportuno casi olvidado para sus familiares) decidieron enmudecer el silencio de la noche, entre sorbos de la bebida de palma y cantos de melodías tolimenses, de esas inmortales, reían y se abrazaban mientras coreaban: 

 



Pueblito de mis cuitas
De casas pequeñitas
Por tus calles tranquilas
Corrió mi juventud

En ti aprendí a querer
Por la primera vez
Y nunca me enseñaste
Lo que es la ingratitud

Hoy que vuelvo a tus lares
Trayendo mis cantares
Y con el alma enferma
De tanto padecer

Quiero pueblito viejo
Morirme aquí en tu suelo
Bajo la luz de un cielo
Que un día me vio nacer…

(Pueblito viejo- Silva y Villalva)

 

Ya superaban los 2 kilómetros y el calor de la caminata, solo lograba expeler de sus cuerpos un baño de sudor, pero el alcohol ya había bloqueado cualquier asomo de silencio, miedo e incertidumbre por el kilómetro próximo. Para cuando termino la última estrofa de la canción, una pausa dio la bienvenida de nuevo al silencio, y el silencio, no vino solo, regreso acompañado de respiros profundos y humedecidos que se mezclaban y producían un goteo sobre la tierra, la cual levantaba una estela de polvo sobre el suelo, reproduciendo dos cuerpos que levitaban sobre el desierto.

Ya se advertía el ascenso de los 9 kilómetros y el silencio era pieza clave en la noche y característica prominente de estos dos hombres, la botella de vino llegaba a la mitad y los temas de conversación parecían haber terminado su culmen y empezaba a descender de una manera contundente. La única prueba fiable de la existencia del acompañante era su respirar, en el momento que este dejara de bramar, probablemente el otro entraría en un episodio de pánico que solo lo llevaría a la pérdida de conciencia y a la pausa de su andar, así,  seguían caminando, así seguían avanzando, así, miedosos, tímidos con el otro, ansiosos por la llegada…

El kilómetro 15 los miro pasar, con una mirada sospechosa, de sorpresa y con admirable atención. En el mutismo de la caminata, de repente uno de los hombres escucho una marcha que se aproximaba hacia ellos con armonía y tranquilidad pero probablemente al igual que ellos con terror, precaución y con la mente llena de historias con trágico final. El hombre Advirtió a su compañero con una mueca y el dedo sobre su oreja, el sonido que ahora los acompañaba, el otro hombre con una sonrisa reparadora dibujada en su cara, le susurro a su compañero que esperaran al caminante que parecía venir metros atrás y que así los tres podrían sentirse mas seguros, mas acompañados y más tranquilos. Detuvieron su andar y esperaron atentos con la mirada hacia sus espaldas 10 segundos y nadie parecía llegar, gritaron, para ver si alguien respondía, pero nada. Con una sonrisa angustiosa uno de los hombres, golpeo la espalda de su compañero y riendo angustiosamente advirtió que nadie habría de llegar, era solo su mente asustada, era solo su sentimiento de soledad que le había jugado una broma, siguieron su caminar…

No habían de avanzar más de 20 metros cuando el sonido de unos pasos sobre la tierra renovó su andar, esta vez no los escucho un hombre, los escucharon los dos e instintivamente se detuvieron y lentamente giraron sus cabezas hacia atrás, cerraron sus ojos en una muestra inservible de defensa, lentamente los abrieron pero no había nadie, solo un negro interminable, nadie los seguía, no se escuchaba nada más que sus respiros y el sonido casual de alguna chicharra. En una muestra de terror uno de los hombres, le pidió al otro que caminaran 5 metros y luego corrieran 50 metros y cuando el gritara “alto” inmediatamente girarían y así lograrían ver si alguien estaba presurosamente cerca a ellos o comprobarían, que solo era un juego de sus cabezas atemorizadas en una venganza sobrepasada con sus oídos. Empezaron a caminar y allá atrás, también alguien caminaba, luego  de 5 metros el peso de sus equipajes no fue obstáculo alguno para la carrera intrépida que estos dos hombres emprendieron, mientras corrían, el  jadiar de sus bocas eran prueba necesaria para la identificación de su acompañante, luego de 50 metros uno de los hombres, grito ¡alto! Y enseguida se produjo un salto que los posiciono de inmediato mirando a sus espaldas. Nadie estaba ahí, no se escuchaban pasos, no se escuchaba respiros, no había nadie…

Asustados y cansados los hombres siguieron caminando, sin ruidos, sin comentarios, sin inmutarse a hablar y allá, atrás también se empezaron a mover unos pies, los cuales avanzaban tranquilamente sin arrastrarse y dotados de una armonía irreconocible tras un largo camino. Sus pasos eran pesados y el llanto de uno de los hombres, empezaban a silenciar a las chicharras y a acelerar el latido del corazón de su acompañante, el hombre que lloraba, blasfemaba a gritos desgarrados mientras caminaba, y su compañero parecía haber caído en la aceptación del terror.  El kilómetro 16 los miraba pasar, riendo y con la mirada concentrada a 10 metros atrás de los caminantes. 10 metros adelante dos hombres inundados por el terror  avanzaban taciturnos y pesados, 10 metros atrás se escuchaban pasos que avanzaban sin afán alguno, como quien no tiene objetivo de llegada, como quien solo camina para pensar. En una muestra de terror, el hombre de los panecillos arranco a correr, gritando, llorando y exclamando a su compañero que corriera y que no parara hasta divisar la virgen, a lo que su compañero respondió, no con su voz, sino con el retocar rápido de sus pies sobre el suelo. Debido al diferente peso de sus cargas, el hombre de la maquina se tuvo que detener, aterrorizado gritaba a su compañero que los esperara o que se devolviera para que lo acompañara, pero no, él no estaba solo al parecer, en el momento que callo sus gritos, logro escuchar unos pasos que parecían dirigirse hacia él desde atrás. El kilómetro 18 lo miraba, carcajeando y señalando la distancia entre los dos o tres hombres.  El otro hombre sin escuchar a su compañero siguió corriendo, hasta que el cansancio se apodero de él y lo obligo a detenerse, sentarse en la tierra y respirar hondo para poder normalizar su ritmo cardiaco. En el momento que logro normalizar su respiración y el silencio se apodero  nuevamente de la noche, se renovaron 10 metros atrás una marcha tranquila y sin afán. Una mueca de horror se dibujaba nuevamente en su rostro. El kilometro 19 lo miraba asombrado, pesaroso y con la vista puesta 10 metros atrás…

Ahora los dos hombres se encontraban separados y el miedo ahora pertenecía a cuatro pies en el kilómetro 18 y cuatro pies en el kilometro 19. El hombre de la máquina de escribir seguía caminando y gritando el nombre de su compañero, anhelando una respuesta y acompañado 10 metros atrás por unos pasos que seguían avanzando tranquilamente, el hombre de los panecillos luego de asegurarse de que los pasos continuaban tranquilamente tras de él, emprendió la última carrera que lo llevaría al encuentro con el divino monumento y al final de tan despiadada tortura. No demoro en llegar, la Virgen lo esperaba ansiosamente son su hijo entre los brazos, él, se sentó a sus pies mirando perdidamente el camino, con una sonrisa en la cara, pues los pasos que lo seguían parecían haber desaparecido.  El kilómetro 20 lo miraba desde los brazos de su mamá…

100 metros atrás el hombre de la maquina, seguía su peregrinaje con el pecado a cuestas, 10 metros atrás, de vez en cuando volvía la mirada para ver si esos pasos imprimían una silueta como muestra compareciente con el caminante, como premio final a su tortura, Pero no apareció nada, ni su compañero ni su acompañante. De repente pudo divisar una luz amarilla, la cual solo significaba su llegada,  paró y mirando hacia atrás, no logro escuchar más pasos, yacía solo en la carretera y corrió, corrió lleno de alegría y tranquilidad…

Sentado, el hombre de los panecillos y la Virgen esperaban impacientemente el arribar de su compañero, hasta que sonaron unos pasos ligeros y rápidos que avanzaban presurosos a la meta final, una silueta unió los puntos lentamente obteniendo como producto final a su compañero.

Al llegar al pueblo se encontraron con una anciana, que sentada en una mecedora en la puerta de la casa fumaba un tabaco, presurosos se sentaron junto a la anciana y le contaron uno a uno los detalles de su travesía mientras mojaban los biscochos en un tinto que la anciana amablemente les había brindado. La anciana los miraba y escuchaba atentamente mientras estos hacían gestos, cabalgaban sobre el piso, señalaban el camino y se echaban la bendición. Al terminar su relato, la anciana mientras se mecía explico; que esos pasos, no eran más que el acompañante, un alma perdida en los caminos de Alvarado a Piedras Tolima, que solo busca acompañar a los viajeros y suplir de alguna u otra manera los misterios que se encuentran posados sobre los territorios planos o ligeramente ondulados del bello paisaje tolimense.

El aroma de vino de palma aun adorna los caminos en medio de los arboles…

DANIE AVILA BARRETO / 01/07/14

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