EL CUENTA CUENTOS

03.07.2014 13:49

EL CUENTA CUENTOS


La puerta se abrió permitiendo la entrada de un alma acompañada de un camillero. El hombre que seguramente era el paciente; tenia la mirada perdida en el techo del consultorio, (cual niño que entra en un cuarto desconocido adornado de objetos curiosos inalcanzables e intocables) un caminar poco o nada sincronizado al parecer por medicamentos que lo entorpecían sacándolo de la realidad, (pensándolo bien, medicamentos que hacen más fácil la vida de quien lo cuida) uniforme militar y un tararear incomprensible para quien esta en frente, pero seguramente muy entendible para su monologo o para quien se encuentra parado al interior de sus ojos.
Sentado en el escritorio estaba el psicólogo. Esperando su próximo paciente y su próxima historia, con una sonrisa falsa dibujada en su rostro con el propósito de escupir una mueca de amabilidad, una jaqueca insoportable producto de una noche de alcohol, burdeles y cigarrillo en exceso: vestido con un pantalón negro y una bata blanca que camuflaban el movimiento incontrolables de sus brazos, (un temblor arrítmico consecuencia de los daños del alcohol en su cerebro y organismo) unos zapatos negros de esos que esconden la banalidad del individuo tras un cuero sintético con una gran fuerza de aceptación social, como quien pretende encontrar trabajo ocultando su verdadero ser tras un traje de corbata y 20 onzas de una loción barata.


Alrededor de los individuos. Cuatro paredes que se conjugaban en un cuarto neutro, adornado con unos cuadros irónicamente felices, de esos de mariposas, paisajes o niños callejeros quiméricamente alegres, perfumado con un ambientador con aroma a flores que neutralizaba los olores de tristeza, locura, manía y por supuesto la melancolía del terapeuta.


El terapeuta pidió cortésmente a sus obligados invitados que se sentaran en las dos sillas que se encontraban en el medio del cuarto y empezó a hacer preguntas idiotas que antecedían el
inicio de la consulta como ¿cuáles eran sus nombres? ¿Qué les parecía el día?, ¿si habían llegado fácil al consultorio?, ¿tenían frío? Y todas estas preguntas solo fueron contestadas por el camillero con una amabilidad tan natural como la locura del sujeto que se encontraba perdidamente al lado de él.


La consulta inicio con una pregunta del psicólogo al camillero y al maniquí que se encontraba a su lado ¿cuál era el motivo de su visita al consultorio?Pablo, el camillero inicio el relato, contando el porqué Manuel (el maniquí u el objeto inanimado) se encontraba en el consultorio. Manuel esta en nuestro sanatorio porque estando en su descanso, después de haber llegado de la guerra en que se encontraba ( el psicólogo con una sonrisa hacia dentro, pensaba que peor guerra sería que la que estaba combatiendo ahora, babeando y gagueando cada minuto de su vida en un arremuesco de respiración que lo obligaba a estar vivo y controlado desde la central con medicamentes antipsicòticos) un día en su casa se despertó frenético y maniaco, se dirigió al baño donde se puso su uniforme y tomo el cuchillo de campaña, salió, se dirigió al cuarto de sus hijos, entro dando una patada a la puerta y entre gritos degolló uno a uno sus hijos. Se dirigió al cuarto de su esposa y de un salto desde la puerta a la cama cayó encima de ella; Cuando entro la policía, aun estaba dando puntadas en el cuerpo de la mujer. Desde que Manuel entro en el sanatorio solo contaba a los otros internos sus historias y generaba un miedo intenso en las enfermeras, lo que provocaba una paranoia en los demás enfermos y un exceso en la aplicación de calmantes en las enfermeras, desde la llegada de Manuel, todo se convirtió en un problema dentro de las instalaciones, nadie iba a visitar a sus familiares porque pensaban que ya estaban perdidos en los lúgubres pabellones de la locura y que lo mejor que se podía hacer, era sacarlos de sus árboles familiares, borrarlos de sus recuerdos y pensar que habían muerto. Mientras pablo relataba la historia (Manuel se reía mientras se mordía el dedo, el psicólogo mirando atento su libreta de notas, escribía la perfecta historia que inquietaría a sus amigos en la próxima tomata) miraba atento al psicólogo como quien espera una respuesta intelectual que explique el porqué de sus actos, pero no encontró nada mas que un asentimiento con la cabeza en señal de atención. Su entrada al psicólogo era con el fin de obtener un informe frente a la condición de Manuel, pero la entrada del psicólogo a esa labor no era más que la de obtener vivencias para alimentar trágicamente sus cuentos. Cuando Pablo termino su historia, un silencio inundo el cuarto y de fondo la música de jadeos y risas repentinas interrumpió aquel silencio calmante para la jaqueca del psicólogo a lo cual, el psicólogo contesto que de acuerdo a lo relatado por Pablo y a los síntomas observables en el paciente, lo mejor sería trasladar a estos dos individuos con el psiquiatra debido a que él no podía hacer nada desde su experiencia (y desde luego por su jaqueca).


Los dos individuos sin cruzar palabra, se pararon y se marcharon del cuarto balbuceando groserías y expresando una mueca que dibujaba un desacuerdo, y en su interior se imprimía la pérdida de tiempo que había sido venir a visitar y a pedir opinión de un borracho que solo expelía un olor a tufo de su cuerpo y de su boca.


En la noche, Pablo, reunió a todos sus amigos de historias, narro con una voz baja y con la mirada perdida en cada uno de los maniquíes que se encontraban a su alrededor la historia de cuando había sido psicólogo y como aprovecho uno a uno los relatos de sus pacientes para adornar los hechos de aquel día que lo habían llevado al sanatorio envuelto de una camisa roja húmeda, y sobre envuelto con una camisa amarilla, con olor a orina que no lo dejaba mover ni un centímetro de su cuerpo. Las personas estaban mudas mientras las enfermeras abrazadas escuchaban atentas las historias del cuenta cuentos.


DANIEL FELIPE AVILA BARRETO

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