TERTULIA EN EL CEMENTERIO

07.07.2014 16:13

La noche no podía caer  más implacable e impaciente como la de este día, Carlos se rendía  sobre el mausoleo de su cama introducido en su cuarto abarrotado de coronas de flores y recibos de funeraria, observando el techo ya erosionado a causa de la humedad y percibiendo el aroma a barro y mineral que produce el agua goteante sobre alguna superficie de concreto. Pensaba en cómo solucionar el dilema del entierro a causa de la ausencia del sepulturero, pensaba además mediante un interrogatorio a modo de monologo se cuestionaba: ¿Cómo era posible que en una ciudad tan grande, nadie se aventara al simple oficio de cavar y enterrar?,  ¿Qué podría ser más fácil o sencillo que trabajar con muertos?, ¿trabajar con su jefe metido en un cajón, enmudecido por la barrera impenetrable de la muerte? Su arrullo en la noche, con la ineptitud verosímil  de la ineficiencia de los desempleados, que cada vez daban como resultado un índice mayor en el cobro de impuestos.

Sus ojos  parecían cruzar inmigrantes,  las deseosas fronteras entre el país despierto y el nuevo mundo del sueño,   cuando tres golpes secos en la puerta pausaron la intrépida aventura onírica de sus ojos y los abrieron con una muestra de alerta. ¿Quién podría ser? Ser pregunto metras humedecía la sequedad de sus labios con un vaso de agua. Al hacer contacto el líquido con su boca, Dos golpes imprimieron la impaciencia del visitante anónimo y la sorpresa del vaso, el cual en su afán de saciar la sed de su patrón, rego su contenido haciéndolo deslizar desde sus labios a su cuello. Carlos, asustado se levanto y se dirigió a la puerta de madera y pregunto con voz cansada ¿Quién es?, una voz ronca respondió al otro lado del mundo o del cuarto  -vengo por el trabajo-, enseguida Carlos abrió la puerta y se encontró con un anciano barbado, vestido  de traje negro y una corbata café que desentonaba con su vestimenta,  unos zapatos blancos, (de esos que usaban los ruborizados niños en las primeras comuniones a petición u obligación de sus padres) y una bufanda roja con dibujos de renos y muñecos de nieve sonrientes. Carlos sin saludar  ni dar un asomo  de cortesía dijo al anciano sin pasado  -el trabajo es suyo, mañana hay un entierro, solo tiene que cavar un hueco de 4 x 1.47, limpiar las demás lapidas y cuidar que nadie escape – finalizando con una carcajada que no fue correspondida; saco de su abrigo las llaves que daban apertura a los diferentes pabellones y mausoleos  del cementerio y se las entrego al desconocido. El aciano sin mediar palabra  tomó las llaves y se fue caminando lentamente en un esfuerzo agónico, como quien lleva en cada uno de sus zapatos el peso incontrolable de la miseria de los años.

Carlos se disponía a cerrar la puerta con una sonrisa placentera  tatuada en su rostro, cuando se acordó del pago al sepulturero, era necesario aclarar este aspecto para evitar problemas, malentendidos y discusiones en la mañana del siguiente día. Abrió la puerta de inmediato, habían pasado aproximadamente 5 segundos desde el momento que despidió al raro anciano, asomo su cabeza fuera del cuarto, pero se encontraba solo en el estrecho corredor de 16 metros.

Cerró la puerta y felizmente se rindió en su cama. La noche de Carlos había sido solucionada en un abrir, regar y cerrar de puerta, ahora empezaría la noche de Manuel...

 

Ahí se encontraba Manuel, caminando por la mitad de la calle desolada y alumbrada por el mediocre parpadear de las farolas en la noche, las cuales se vencen por el roció de lluvia que oculta sus destellos cual persiana que da entrada a un burdel del centro de la ciudad cual cuadro postimpresionista.  Con sus medias húmedas por el resurgir de las gotas que rebotaban en el pavimento y se introducían en el algodón desmembrado de sus calcetines, que mediocremente hacían una guerra imposible con el agua, para impedir la intromisión de estas a sus callosos pies, así avanzaba Manuel por las calles.  Su largo peregrinajes fue finalizado cuando se encontró de frente con las grandes puertas del cementerio, las cuales tenían a cada lado de sus columnas, un cuervo somnoliento a la espera de cualquier caminante perdido, su trabajo, lanzar miradas fijantes y provocar en el cuerpo del errante un estremecimiento como pago terrorífico al cruzar de esta fachada siniestra.

Manuel sin inmutar su cuerpo a la comedia de estas aves abrió las puertas, un sonido agudo y ensordecedor provocado por la nula lubricación en los soportes hicieron volar a los cuervos como venganza humana a su eficiente trabajo. Entro lentamente dejando las puertas abiertas y omitiendo la orden de su jefe (no dejar escapar a nadie), se sentó en una lapida y saco de su traje un paquete de cigarrillos ya torcidos por el trajín del día, del otro bolsillo saco unos fósforos y dio inicio a su actividad de fumador…

Cuando el cigarrillo se disipaba confundiéndose en la densa niebla que produce el frio insipiente en la noche del cementerio, un sonido alerto sus cansados ojos, haciéndolo girar y escupir el pucho que mordía entre sus labios, un hombre se hallaba sentado en una lapida 7 puestos atrás de él.

-¿Quién es usted?- alerto Manuel con su quebrantada voz, esperando una respuesta o un sonido del viento que rosa algún árbol y poder así constatar que era solo una sombra interpretada como un hombre en su ya vieja cabeza.

-hola, soy Leonardo- dijo la sombra, la cual ya no era una sombra

-hola, el cementerio ya está cerrado, con gusto puede usted venir mañana a visitar a sus familiares o a quien guste- dijo Manuel con los ojos cristalinos de miedo.

-está bien, me voy aprovechando que las puertas ya se encuentran abiertas- dijo Leonardo mientras caminaba hacia la salida, dando un salto y ascendiendo lentamente.

Había escapado el primer muerto…

Manuel continuo sentado en la lapida, no porque quisiera sino porque sus pies congelados de miedo no lo permitían. Después de un tiempo se paro, corrió hacia la entrada del cementerio y cerró las puertas mientras pensaba, cuál era el motivo necesario para cumplir semejante suplicio al interior de este mundo “inerte”. Regreso a la lapida, saco unos trapos y una botella de alcohol para empezar a limpiar las lapidas. Empezó con la primera,  mientras limpiaba las inscripciones plasmadas en el mineral, su mente se hallaba lejanamente fuera de aquel cementerio con el fin de evitar cualquier emoción que lo impulsara a correr fuera de su lugar de trabajo. Un sonido alerto de nuevo sus ya viejos oídos, haciéndolo girar nuevamente, un hombre yacía sentado encima de un árbol quebrando ramitas con sus manos.  Cuando aquel hombre alerto también la reciproca presencia de Manuel, se lanzo desde la altura cayendo de rodillas sobre la tierra húmeda. Los dos hombres se miraron fijamente como quien desafía al otro para ver u oír quien habla primero, el primero que flaqueo fue Manuel.

-¿Qué hace usted arriba de ese árbol?- Pregunto Manuel rompiendo el silencio que se encontraba densamente en medio de los dos.

 -estaba observando mi ciudad desde la altura y cuidando que  nadie ose a molestar la presencia de nuestro nuevo integrante. Usted;  pero déjeme me presento mi nombre es Felipe y mi labor es pastorear las tumbas y fijarme que nadie perturbe a los demás, que la vida fuera de la vida sea más amena y que los niños anden corriendo sin molestar a los ancianos  y viceversa- dijo el hombre.

-perdóneme pero el encargado de cuidar el cementerio soy yo, ¿acaso cuando lo contrataron a usted?, mi nombre es Manuel-Dijo el anciano asustado por la plática con el desconocido.

Con una carcajada que rompió el silencio de la noche e inquieto más a Manuel, Felipe respondió –usted es el encargado de limpiar los restos de vida en estos aposentos, yo soy el encargado de mantener la paz entre los muertos. Mi contrato lo hizo el cigarrillo y yo lo firme todos los días hasta lo último-

-¿está usted muerto?- dijo Manuel con un rostro petrificado

-al igual que usted mi amigo, pero yo me encuentro todos los días aquí, usted solo viene a ratos, Déjeme acompañarlo por esta noche en su trabajo, le presentare a todos los inquilinos y lo cuidare de otros no tan agradables- respondió Felipe amablemente a la pregunta del sepulturero mientras mordía una ramita.

Un silencio atronador se apodero de Manuel, haciéndole escupir al piso la sequedad de su boca producto de la nula respiración en la charla. Tomó su trapo, su botella de alcohol y empezó a caminar junto a Felipe por todos los pabellones del cementerio. Manuel aun no se acostumbraba a la presencia de Felipe a su lado, pero caminaba ya más tranquilo al saber y constatar que los muertos no son ideas de los vivos y que los vivos si son existencia para los muertos. Felipe  mirando a su perplejo amigo rompió el silencio con un comentario y un abrazo a Manuel –tranquilícese mi amigo que la noche es larga y su miedo corto, yo seré su guía y usted será mi compañía, así que nada debe preocuparnos- , Manuel con una risa camuflada en una tos repetitiva miro a Felipe y le dijo lentamente - ¿Cuáles tumbas limpiare primero, dígame usted?-, Felipe lo miro y comento serenamente –empecemos con los niños, ellos son los primeros aquí-.

Se adentraron lentamente en un mausoleo que en su interior descendía en forma de caracol, las risas ascendían las escaleras intrépidas, dando la bienvenida a Felipe y a Manuel. Manuel temblaba incontrolablemente y su raíz no se sabía si era el frio o el miedo que penetraba cada uno de sus poros. Cuando se encontraron en el piso donde se hallaban todas las placas impresas con los nombres anónimos de todos la infancia victima de la violencia sexual y bélica de un país derrotado por hombres que ascienden y descienden a infantes a estos cajones, empezaron a salir niños, vestidos con batas blancas y trajes negros, todos descalzos y llenos de una alegría que solo se puede describir en un libro de ficción, pues afuera de aquel cementerio, aquella alegría se encontraba apeñuscada en bibliotecas olvidadas con libros de Rafael Pombo y otros más felices.

Todos los niños hablaban sin orden, Felipe los lanzaba por el aire, los niños se elevaban y caían planeando cual pluma que desciende armónicamente hasta encontrarse con el suelo, todo era carcajadas y cantos en ese piso.  Manuel miraba aterrorizado a los niños, alguno sin brazos, sin cabeza, sin piernas, pero todos eran felices, el dolor parecía ser un término de imposible aplicación en aquel pabellón encantado con la dulzura de los primeros años de vida. Manuel se contagio de una risa tan incontrolable que los niños lo miraban y saltaban a él inquietamente, él los  alzaba y pesaban tan poco que en cada brazo cargaba de a 6 niños. Los niños le quitaron su trapo y cada uno limpiaba su hogar con una dulzura tan inexplicable que producto de esto, aquel sepulturero emanaba lágrimas de nula explicación, tal vez de alegría, de tristeza, tal vez de regocijo, de miedo, tal vez…

Felipe cargaba y jugaba con los más pequeños, niños y niñas que aparentaban no más de año o de los dos, hablaba con ellos y jugueteaba haciéndoles cosquillas en sus barrigas. Cuando había pasado no más de una hora, Felipe pidió a los niños que se adentraran en sus casas y que descansaran, que soñaran y le solicito a los más grandes, no asustar a los pequeños con historias de vivos y todas esas cosas que causaban nauseas y terror. Manuel se despidió uno a uno de los pequeños, dándoles besos en sus cabezas o a los decapitados, dándoles un abrazo paternal, lentamente el silencio volvió al cuarto y ellos ascendieron por las escaleras acompañados de risas, abrazos, recuerdos y del trapo y la botella de alcohol.

Reaparecieron en el centro del parque los dos hombres repletos de alegría y jubilo. Felipe dijo a Manuel con voz alegre y amigable –ahora vamos a visitar a los ancianos, allá escucharemos sus historias y sus recuerdos tan vivos como tu-, Manuel asintió con su cabeza y con una sonrisa en su cara que solo podía significar la impaciencia de llegar rápido donde aquellos tiernos viejos. Mientras caminaban, Felipe hablaba a Manuel de su labor en el cementerio, poco a poco llegaron a un parque adornado de estatuas que sentadas observaban sabiamente al horizonte en busca de algún objeto o razón para poder explicar. Manuel supo que habían llegado al divisar dichos monumentos, de entre las tumbas y los arboles empezaron a salir corriendo los viejos, su marcha y sus cantares no podían ser razón para constatar la característica primordial de dicha etapa de la vida, puesto que saltaban, se reían, molestaban y sus arrugados rostros eran antagónicos con la idea de la vejez. Cuando llegaron todos los ancianos los rodearon y contaban historias sorprendentes que hacían quedar perplejo a Manuel mientras Felipe jugaba con ellos al futbol o bailaba con otras o reía con alguno o debatía con otros…

Los ancianos narraban historias de la guerra, triunfos en el deporte, recuerdos de su infancia, todas esas bellas historias que cuentan nuestros abuelos cuando nos sentamos escépticos sobre sus piernas, solo que estas historias tenían una descripción tan formidable y dotadas de un nivel tan real, que solo cabria darle la aprobación después de ser vista en una película o un documental de guerra o de la copa mundo. Algunos de estos queridos viejos tenían uniformes de guerra, otros vestían finos vestidos de seda, batas blancas o desnudos paseaban por el parque meneando sus cuerpo amarillos o blancos. Cada uno limpio su lapida, recogió flores del jardín y las colocaron sobre sus tumbas adornando modestamente su lecho, una anciana recogió unas hermosas rosas negras y las unió en forma de collar, colocándola sobre Manuel en una muestra de agradecimiento por ser tan leal receptor de aquellas interminables historias. Felipe pidió cortésmente a los lindos viejos que regresaran a sus hogares, que descansaran y que por nada del mundo pensaran en la vida fuera del cementerio ya que era horrible y allí nunca habían sido bienvenidos ni aceptados.  Así salieron los dos hombres del parque de los ancianos, riendo, abrazados, con trapo y alcohol y contando las historias más sorprendentes que habían escuchado de la boca descompuesta de aquellos lindos ancianos.

Reaparecieron en el centro del parque los dos hombres repletos de alegría y jubilo.

Felipe hablo a Manuel mientras reía, -ahora iríamos al mausoleo de aquellos que siendo cobardes para la vida y valientes para la muerte terminaron internos en estos aposentos- una pausa en la risa de Manuel, plasmo en su rostro una mueca de terror, sabía que este mausoleo no iba a ser grato.

Lentamente llegaron a una edificación que en su entrada tenía  una virgen llorando y con los ojos cubiertos por sus manos. Manuel saco una llave y dio apertura al terrorífico mausoleo, Felipe entro alegre atravesando las puertas sin ser abiertas y Manuel no entendiendo lo siguió. Cuando se encontraron en el interior de este sitio, empezaron a salir almas riendo y saltando entre los dos visitantes, todos se presentaban y contaban como se habían desgarrado de la vida, unos llevaban sus largos cuellos sobre las manos y para mirar alzaban su cabeza como cuando se alza un trofeo, otros dejaban un rastro de sangre pútrida que emanaban sus muñecas por donde pasaban, otros tosían de vez en cuando, votando un humo verde que subía por el techo y volvía a sus desgarradas gargantas, otros se arrastraban por el piso con todos los huesos rotos y unos con las cabezas floreadas por un aparente disparo fulminante. Manuel a pesar de ver sus ajetreados cuerpos podridos, reía con ellos, y poco a poco constato que no tenía por qué temer, cada uno tomó el trapo y el alcohol y limpio su tumba mientras reían y abrazaban exaltados al sepulturero. Felipe jugaba cartas con tres hombres mientras reían y hablaban de futbol. De repente Felipe se paro al lado de Manuel y dijo suavemente con una risa en su cara –aquí están los más felices del cementerio, los que huyendo de la miserable vida que tenían afuera, llegaron aquí vírgenes de pensamientos y anhelosos de este lugar donde te encuentras-, Manuel mirándolo extrañamente comentó – ¿cómo puede ser feliz alguien que por sus propias manos se arranco la vida, dejando muchas personas solas en su ausencia?- Felipe observando las almas contesto a la pregunta de Manuel –son personas que al igual que tu, no encontraron satisfacción en un trabajo o en algún sitio, no es más valiente quien se condena a las tortuosas formas de este mundo, solo hallando sosiego en un vicio o en la idiota idea de la suerte, del buen por venir o en la triste idea de un ser supremo que salvara sus problemas. En cambio es más valiente, el que se arriesga a los diferentes modos de vivir fuera de la vida, quien toma provecho de su cuerpo para dar apertura a los nuevos mundos que solo con la ausencia de su cuerpo podrá concebir – Manuel no entendiendo, asintió con su cabeza en señal de aceptación.

Cada ser auto mutilado tomó el trapo, el alcohol y entre risas y gritos, limpiaron su hogar, alejando de sus sepulcros cualquier veta de vida o de mortalidad presente en algún musgo, planta u insecto. Cuando terminaron se despidieron de Manuel y Felipe con abrazos, besos en la mejillas y apretones de manos en señal de amistad y agradecimiento. Felipe solicito a las almas que regresaran a sus tumbas y que descansaran, también pidió que no pensaran más en las personas que habían dejado allá en la vida, puesto que ellos probablemente ya los habían dejado en la muerte.

Así salieron los dos hombres caminando y ascendiendo por las escaleras en busca del parque central, entre risas, abrazos miradas, historias, trapo y alcohol, llegaron, y cerraron la puerta despidiéndose de aquellas felices almas.

Antes de proceder a su siguiente visita, Manuel se sentó en una silla de madera que estaba en el centro de un jardín y prendió un cigarrillo, hablando extasiado con Felipe acerca de las bellas almas que había conocido, miro su reloj y se dio cuenta que ya eran las 4:10 am, tenía que cavar el hueco antes de las 5, se paro rápidamente y solicito a Felipe que lo acompañara, a lo cual Felipe aceptó dándole una palmada en la espalda. Cuando caminaban al lugar donde tenían que labrar  la fosa,  Felipe dijo a Manuel que iría a pedir ayuda ya que solo faltaba 30 minutos para las 5 y solo los dos no podrían cumplir la tarea de Carlos. Felipe se fue caminando…

Al llegar, Manuel se paro en frete del césped donde tenía que empezar a cavar, tomó de al lado de un árbol la pala y empezó a enterrar el objeto y a sacar la tierra.  Un sonido de multitud  alerto la presencia de muchas personas, limpiándose el sudor de la frente, giro la vista a la multitud, Eran todas las almas que había visitado en compañía de Felipe y que ahora lo iban a ayudar a realizar su labor, a la cabeza de la multitud venia Felipe alzando 2 niños pequeños, y riendo con todos los que se encontraban a sus espaldas, cuando llegaron, todos empezaron a cavar y a jugar mientras cavaban, los viejos contaban sus intrépidas hazañas en vida mientras ayudaban a Manuel, los niños jugaban a escondidas y tomaban de la mano a Manuel para que contará con ellos, los auto mutilados escuchaban atónitos  a los ancianos mientras separaban la tierra, todos jugaban reían y corrían. Un niño que levitaba sobre el suelo dijo a Manuel – ¡Manu!  Ahora te toca a ti contar, nosotros nos esconderemos, ¡ya nos Vemos! - el sepulturero acepto la inocente prueba y empezó su conteo regresivo –diez, nueve, ocho, siete, seis, cinco ,cuatro, tres, dos, uno, ¡voy en busca diablillos¡- cuando abrió los ojos se encontraba en un cuarto lleno de personas tristes llorando la partida de un ser querido, en una esquina se encontraban sus tres hijas y su hijo, su esposa y sus nietos; en la otra esquina se encontraba Carlos con la mirada perdida y los ojos cristalizados, cuando se acerco al féretro y observo el difunto, era él con un collar en el cuello de rosas negras y con una cara de armonía.

Afuera del cuarto estaba todas las almas riendo y  haciendo gestos con la mano para que fuera a su encuentro, tomó la mano de un niño, lo alzo y dándole besos se fue adentrando en el pabellón donde se encontraba la Virgen cubriéndose los ojos.

Dejo caer las llaves del cementerio, el trapo y el alcohol, se despidió de su familia con una sonrisa en el rostro y lentamente descendió por el mausoleo. Allí estaba su hijo sentado en la silla viéndolo alegremente descender por las escaleras pero no podía explicárselo a su familia, nadie lo comprendía.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

DANIEL FELIPE AVILA BARRETO

1019043085

07/07/2014

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